Cuestionario de Proust

Encontré este cuestionario leyendo el estupendo blog de Noctua Nival, donde pueden ver correr la sangre cuando se lanza a hacer sus críticas mordaces y muy creativas sobre los libros que lee. La puntuación con mochuelos se convirtió en la pesadilla de muchos autores, muajaja. Pero para variar decidió hacer algo distinto y me ha gustado tanto que decidí copiarle, de hecho en algunas respuestas hasta coincidimos y todo. Lo que son las cosas, a ver si yo también me pongo a puntuar libros pero utilizando gatos.

Link a las respuestas de Noctua: Cuestionario de Proust

Principal rasgo de mi carácter

La curiosidad.

Cualidades que aprecias en una persona

Optimismo, tranquilidad, capacidad de reírse de sí misma.

¿Qué esperas de tus amigos?

Sinceridad y confianza.

Principal defecto

Sobrepensar.

Ocupación favorita

Leer, escribir, escuchar música, ver películas, idear planes para conquistar el mundo.

Ideal de felicidad

¿Cuál sería tu mayor desgracia?

Perder la capacidad de asombro, vivir en piloto automático.

¿Qué te gustaría ser?

Herborista, farera, documentalista, guitarrista en una banda visual kei, bibliotecaria, agente paranormal.

¿En qué país desearías vivir?

En países de los que apenas sé nada como Islandia o Kazajistán. Y si vamos al terreno de la ficción en Lancre (Mundodisco) por supuesto.

Color favorito

Azul.

Flor favorita

Girasol y lavanda.

Pájaro favorito

Desde el año pasado en otoño y hasta la primavera viene un gorrión a dormir bajo el alero de mi casa, este año se sumó uno nuevo. El churrinche, al que llamo cariñosamente «pajarito rojo» y espero todas las primaveras. El hornero que construye nidos de barro y canta cuando llueve porque tendrá material para seguir con su urbanización.

Autores favoritos de prosa

Natsume Sōseki, Liliana Bodoc, Angélica Gorodischer, Ryūnosuke Akutagawa, Edgar Allan Poe, Ursula K. Le Guin, Diana Wynne Jones. Por mencionar algunos, es mucho más amplia.

Poetas favoritos

Mary Oliver, Alejandra Pizarnik, Patti Smith, Arthur Rimbaud.

Héroe de ficción favorito

Porco Rosso.

Heroína de ficción favorita

Xena y San (la princesa Mononoke).

Músico favorito

Atsushi Sakurai y Jeff Buckley.

Pintor favorito

Antonio Berni, Max Ernst, Jackson Pollock, Leonora Carrington.

Héroe de la vida real

Nelson Mandela.

Nombre favorito

Hilda.

Hábito ajeno que no soportas

El pesimismo y la competitividad.

Lo que más detestas

La hipocresía, la arrogancia y el autoritarismo.

Figura histórica que te ponga mal cuerpo

Julio Argentino Roca, G. W. Bush.

Un hecho de armas que admires

Ninguno.

¿Qué virtud desearías poseer?

La capacidad de mostrarme imperturbable ante cualquier acontecimiento, al igual que Saitama.

¿Cómo te gustaría morir?

Durmiendo.

Tu estado de ánimo más común

Melancólico.

Defecto que te inspira indulgencia

La gente despistada, un video vale por mil palabras para ilustrar lo que quiero decir: https://www.youtube.com/watch?v=xnoummdS3DA

¿Tienes una máxima?

«La vida no es una publicidad de Coca-Cola».

Y hasta aquí el cuestionario, si a alguien le pareció interesante y lo quiere hacer es libre de llevarlo a su casa virtual. Nos leemos la próxima cambio y fuera.

Cumpleblog: séptimo aniversario de SV

Saltos en el Viento se pone sus mejores galas y ensaya unos pasos de baile porque está de parabienes, ¡cumple siete tiernos añitos! Y para celebrar la ocasión por todo lo alto, ¡hemos decidido hacer un sorteo! Que consiste en… Disculpen, me están haciendo señas los de producción. Ya vuelvo.

¿Cómo? ¿Qué el vicepresidente se fue de vacaciones y usó los premios del sorteo como pago? ¿En qué momento la administración pensaba decírmelo? ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo que seguro se me ocurre algo? Está bien, está bien, no insistan con sus halagos superfluos, lo haré. Total, la que tiene que dar la cara soy yo. Espero que el vicepresidente esté pasando unas hermosas vacaciones, porque a la vuelta será su funeral.

EJEM, perdón la espera. Bueno, como venía diciendo SV cumple años y para celebrar…Ehh ¡Que mejor que un relato!

MINIATURAS

El hacha se hundió en el caballito, la gente alrededor de la calesita celebró. Era un atardecer húmedo y la niebla no tardaría en hacer su aparición. La señora Plum cruzó la plaza mirando de reojo la escena, metió las manos en los bolsillos y respiró hondo. Inhalaba frío y exhalaba frío. La primavera los había abandonado hacía cuatro años, cuando el comité implementó la purga.

Mientras pensaba en cómo las cosas se habían torcido tanto, llegó hasta el callejón de un barrio de esos que las personas de bien esquivan. Pero bueno, incluso las señoras respetables tienen sus secretos. Y la señora Plum compartía uno con cuatro personas más. Al llegar a la mitad del callejón tocó tres veces la puerta de madera cubierta de graffitis con inscripciones poco decorosas. La recibió Hernández que no bien verla le dijo:

—¿Trajo el…?

—Shh, sea discreto señor Hernández.

—Sí, perdón. Me puede la ansiedad, mi psicólogo siempre me lo dice. 

—¿Me permite pasar? Hace frío…—dijo la señora Plum con su mejor sonrisa.

—¡Ah, sí! Qué distraído soy, otro asunto que trato en terapia. ¿Sabe que una vez me perdí en mi propio barrio? 

 La señora Plum decidió que ya había sido lo bastante educada y entró al salón. Si bien hacía un año que era miembro del club, no dejaba de asombrarse cada vez que asistía a las reuniones. En estanterías había exhibidos juguetes pequeños de todo tipo y color: legos, rompecabezas, personajes de dibujos animados que venían en los chocolates. Era un museo dedicado a ellos. Y esos juguetes eran los que daban el nombre al club: «Miniaturas». En el centro, sentados cómodamente en los sillones, estaban: el señor Franz, profesor de historia; la señora Agatha, secretaria, que llevaba a su gato Bowie a cada reunión; la señorita Judith, maestra y la más joven del grupo; y el señor Hernández, oficinista y fundador del club.

En el ambiente se respiraba cierta expectación y no era para menos. La señora Plum, la tímida ama de casa, había conseguido una pieza extraordinaria que el club había estado rastreando por mucho tiempo: un juguete de los que aumentan de tamaño bajo el agua. Y ahí estaban contemplando una pequeña langosta. Por desgracia nadie hizo el chiste con la canción, una pena. En su lugar hubo exclamaciones de sorpresa, muchos: “Ohh” y “Ahh”. El más entusiasmado era, cómo no, el señor Hernández, que se puso a dar saltitos y aplaudir, al tiempo que decía cosas como: “¡Extraordinario!”, y “¡Magnífico! 

—Creía que no se había salvado ninguno de estos durante la purga— comentó la señora Agatha.

—Si mis alumnos lo vieran se pondrían muy contentos— comentó la señorita Judith.

—No lo creo, seguro la denunciarían al comité. Los niños fueron los primeros en pasar por el programa de condicionamiento y con muy buenos resultados— comentó con amargura el señor Franz.

—Es increíble a lo que hemos llegado, una locura total—dijo el señor Hernández.

 La señora Plum sonrió de manera discreta, porque le habían enseñado que sonreír de oreja a oreja no era de buena educación. Dejó que todos vieran la langosta, la tocaran y la sostuvieran como si fuera un trofeo. Y cuando el señor Hernández sugirió meterla en agua dijo que sí muy mayestática. 

 No era para menos, se sentía una reina. Para hacer honor a la verdad, todos se sentían importantes allí. Creían que tenían libertad total y, aunque volaban con alas falsas, se aferraban a esa idea porque la otra opción era rendirse ante la impotencia, o morir de tristeza. Eso había pasado con muchos coleccionistas una vez que se aprobó la medida del comité: «Para crear una nación ordenada y armoniosa es necesario eliminar cualquier distracción y actividad que atente contra la moral y las buenas costumbres. Se sabe que un exceso de tiempo libre es perjudicial para los ciudadanos, es por eso que a partir de ahora cualquier tipo de juego o juguete queda totalmente prohibido». 

Luego se presentó a la Policía Antijuego y así estaban ahora, intercambiando objetos en la clandestinidad del barrio de los pescadores. A veces el olor a pescado era insoportable, pero la señora Plum sabía que había que hacer algunos sacrificios por la libertad. 

A las siete, como era costumbre, se sentaron a tomar el té y fue en ese momento donde la tragedia comenzó. La conversación versaba sobre la historia del juguete, su importancia y simbolismo para el desarrollo en la infancia. Cuando de repente Judith se levantó de golpe y dijo:

—Y con esto doy por terminada la misión.

Nadie entendió de qué misión estaba hablando y se la quedaron mirando. Entonces ella sonrió de oreja a oreja, se ve que no había tenido padres que le señalaran que eso no era apropiado, e hizo algo peor. Se rió como en las telenovelas MUAJAJAJA. Para este punto los presentes ya estaban algo nerviosos. La señora Agatha se persignó y buscó a Bowie para ponerlo a salvo. El señor Hernández se la quedó mirando con la boca abierta. El señor Franz frunció el ceño y la señora Plum suspiró. Entonces Judith, satisfecha con el efecto que había logrado, dijo:

—Llevo meses grabando sus conversaciones y tomando fotos de todos estos juguetes. Hoy es el día que voy a denunciarlos frente a la Policía Antijuego. Se acabaron estas aburridas charlas y fingir que me interesan sus juguetes tontos, par de fracasados inútiles. Grandulones ridículos.

El señor Franz ignorando los insultos hizo la pregunta que pensaban todos:

—¿Por qué?

—Por el dinero, por supuesto, ofrecen una cantidad enorme si se presentan pruebas de que existen organizaciones clandestinas como la de ustedes.

—Ya veo—dijo el señor Hernández— así que nos deja. Lamento que el club no cumpliera con sus expectativas.

—Nos va a entregar a la policía—dijo la señora Agatha— ¡Le dije que fuera más cuidadoso con las personas a las que dejaba entrar!

—¿Cómo iba a sospechar?—se defendió el señor Hernández— ¡Trajo un rompecabezas de naves espaciales! Sabe que venía rastreando uno de esos y alguien que lo tuviera y decidiera donarlo al club debía ser una persona digna de confianza.

—Bueno, le falló el pronóstico—dijo la señora Agatha.

Mientras la discusión seguía, la señorita Judith decidió tomar un poco de té. Antes de interrumpirlos, la risa malévola le había secado la garganta. Esa fue la última acción que hizo en vida. Comenzó a toser y toser sin control, se llevó las manos a la garganta y se desplomó en el piso.

—¿Esto también es parte del plan?—dijo Franz mientras con el pie movía el brazo de la señorita Judith.

—Creo que murió ahogada—dijo la señora Plum.

—¿Señora Agatha, usted sabía que la señorita Judith era una traidora y puso veneno en su té?— preguntó el señor Hernández.

—¡Por supuesto que no! ¿Cómo iba a saber que era una espía?… Si alguien la mató fue usted.

—¿Yo?—dijo Hernández.

—Usted metió la langosta en la taza de té, le iba a decir a la señorita Judith que tuviera cuidado, pero empezó a reírse como loca y soltar todos esos comentarios que se me olvidó—dijo la señora Agatha.

—Bueno, un error lo tiene cualquiera, queda perdonada—dijo el señor Hernández.

—Como sea, yo no pienso ir a la cárcel por una que no sabía combinar los zapatos con la ropa. Es obvio que el verde claro y el fucsia no pueden ir juntos. Un horror.

—Es verdad, tiene usted razón. Además de pésimo gusto al vestir muy espabilada no era… Mire que tomarse el té donde estaba la langosta—dijo Hernández.

Mientras tanto, la señora Plum y el señor Franz habían incorporado a la pobre desgraciada y le habían puesto un abrigo, ya se estaban dirigiendo a la puerta cuando el señor Hernández dijo:

—Un momento, ¿qué piensan hacer?

—Deshacernos del cuerpo, ¿qué no es obvio?—dijo el señor Franz— Ya se dejó en claro que nadie va a ir preso por esta chiflada que se reía como en las telenovelas, y no querrá que se sepa de la existencia del club ¿verdad?

—Tiene usted razón—dijo Hernández— ¿A dónde la van a llevar?

—Al muelle—dijo la señora Plum— Señor Hernández, ¿por qué no descansa mientras nos ocupamos de esto? Debe de estar muy nervioso después de todo lo que pasó. La señora Agatha le hará compañía.

Todos se quedaron boquiabiertos por las palabras de la señora Plum, que se había tomado las cosas con mucha sangre fría. La verdad era que estaba entusiasmada. Por fin podía jugar a ser la protagonista de un thriller. Y además nunca le había caído muy bien la señorita Judith, así que no tenía remordimientos de conciencia. Esa era otra enseñanza de sus padres: si la persona era un incordio o alguien maliciosa, se merecía todo lo malo que le pasase. 

—Tiene usted razón—dijo Hernández— Me caería bien otra taza de té, ¿me acompaña señora Agatha?

—Yo la preparo, no se moleste—dijo enseguida la señora Agatha. 

El señor Franz y la señora Plum llevaron a Judith, su cadáver al menos, hasta el muelle. La niebla y la hora que era los ayudó a pasar desapercibidos. Tiraron el cuerpo al agua y la señora Plum sacó de su bolsillo una petaca que puso en el muelle.

—Era de mi difunto esposo, la guardaba como recuerdo—dijo ante la mirada interrogante del señor Franz.

—Ya veo, como un souvenir. Yo tengo las figuras de cerámica de mi madre en mi escritorio. En la próxima reunión las voy a traer.

—Eso sería maravilloso—dijo la señora Plum.

Sonrieron de forma sutil, como las personas educadas que eran y se fueron hacia el club. Era la hora de armar rompecabezas.

Llegó por correo

Inglaterra. Castillo de Canterville, 31 de octubre

Estimado Eric:

¿Qué tal todo por allá en la ópera? ¿El pesado del vizconde de Chagny sigue molestando? ¿Cómo van las clases de canto de la señorita Daaé?

Por aquí tenemos un estupendo clima lluvioso y húmedo. Los pesados de los Otis siguen siendo tan incrédulos e irrespetuosos de las tradiciones inglesas como siempre, pero no se puede esperar nada de los estadounidenses y su carácter pragmático. Te envío el nuevo número de la revista. Desgraciadamente los gemelos la encontraron antes y le faltan algunas páginas. Pero ya estoy planeando mi venganza.

Saludos y feliz víspera.

Sir Simon

…Y esas han sido las recomendaciones literarias de la redacción. Esperamos que las hayan disfrutado y saquen muchas ideas para compartir con los niños en casa junto a un buen fuego.

Nos complace anunciar a la ganadora de una de nuestras secciones favoritas: EL RINCÓN DE LA NOSTALGIA, donde ustedes nos acercan material que los acompañó en su infancia. En esta ocasión la afortunada es la Condesa Mircalla con la siguiente canción que, según nos cuenta, cantaba a los niños que entraban a su casa sin invitación.

HOGAR

Caminas por pasillos oscuros

y tienes ganas de llorar.

Ves los ojos fijos entre las estanterías

 que desaparecen al pestañear.

Cuentas hasta veinte y confías

en que el fantasma no te encontrará.

Las telarañas se hacen cada vez más espesas

pero no quieres limpiar.

Cae saliva del techo

por descuidado la casa te devorará.

Y para el gran finale anunciamos a los ganadores del concurso de cortometrajes, nuestros asiduos lectores ¡los señores Jekyll y Hyde! Esperamos que lo disfruten: https://vimeo.com/879579327?share=copy#t=51

Y eso es todo por hoy, la redacción les desea a nuestros lectores un

FELIZ HALLOWEEN

Recuerden que pueden escribirnos a: Calle de la desilusión y la agonía 666. Planta baja. Transilvania-Rumania. O a nuestro email:tenebris@gmail.com

Hasta el próximo número.

El club de lectura versus la señora Sver

Como marca la tradición en el blog aquí va mi pequeño homenaje para celebrar el día de las queridas bibliotecas.

Dedicado a los blogueros de LAS CRÓNICAS DEL OTRO MUNDO

No bien llegué a la biblioteca me encontré con ese cartel pegado descaradamente en la puerta. No salía de mi asombro, estuve viéndolo como hipnotizada por un minuto. Hasta que mi sentido común me trajo de nuevo a la realidad: «Vera Gertrudis Sver, pareces una boba ahí parada. Entra que tienes mucho que hacer». Cuando entré me sentí mejor aunque no más tranquila: ¿quiénes eran esos descarados que habían decidido por su cuenta tener un club de lectura en la biblioteca? A los pocos días obtuve mi respuesta.

Lo primero que voy a decir al respecto es que al verlos no les dí más de un mes como grupo de lectura. Lo segundo, que mis temores se vieron disipados porque eran tres, con lo que sería más fácil lograr que se fueran. De todos modos no pude evitar escandalizarme porque a uno de ellos lo conocía muy bien: el profesor de matemáticas que todos los lunes venía a retirar manuales o realizar consultas sobre su área de interés. Nunca se me hubiera ocurrido que era capaz de semejante atrevimiento. De todos modos este señor ya era una contradicción. Por su aspecto nunca se lo asociaría con su profesión, tenía pinta de profesor de literatura o filosofía con su barba crecida y su ropa informal. Hasta sabía llevar las etiquetas de sus remeras por fuera, inaudito ¿dónde fue a parar la rigidez y aire aburrido propio de los que se dedican a las ciencias exactas? Seguro que era de piscis.

Pensar en las matemáticas me recuerda a mi propio profesor, un hombre horrible que tomaba lecciones todas las semanas y disfrutaba humillando a los alumnos. Murió en un accidente de auto al salir de la escuela, los frenos fallaron y chocó contra una arboleda al final de la calle. Que yo haya visto a uno de los alumnos de los grados superiores—Piker creo que se apellidaba—con un destornillador un poco antes del incidente no tiene nada que ver con lo que le pasó al profesor, que en paz descanse.

Pero me voy por las ramas, el segundo integrante era un adolescente de baja estatura con pinta de pasar mucho tiempo con los pies metidos en el inodoro de la escuela. De los tres me pareció el más respetable, porque era obvio que necesitaba un sitio donde estar tranquilo.

Y para completar el grupo una estudiante universitaria gótica, de esas que leen muchos poemas de Emily Dickinson y suspiran todo el tiempo frente a una ventana con gotas de lluvia imaginaria.

En su primer encuentro me dediqué a fulminarlos con la mirada desde la distancia, como corresponde a una señora educada y respetable. Pero con el tiempo me vi obligada a intervenir: ¡querían leer novelas de época!

Llegados a este punto me veo en la obligación de aclarar que, aunque deteste las novelas de época o más bien a sus autoras, no quiere decir que es una sección a la que paso por alto. Para nada, tiene el mismo cuidado y trato que las demás. Siempre me he considerado una mujer de mente abierta y tolerante. He entregado muchos de esos a sus fieles lectores dirigiéndoles la mirada de «Mi más sentido pésame». Ese grupo que viene los martes y jueves a la salida de sus trabajos, estresados y con mirada suplicante, buscando evadirse de la realidad. Y yo suspirando disgustada les entrego lo que piden: Jane Austen, Charlotte Brontë, Elizabeth Gaskell, etc. La única que vale la pena de ese grupo es Emily Brontë. Pero leerlos en voz alta en mi presencia ¡NO! Eso sí que no mientras yo siga siendo la bibliotecaria.

Dicho todo esto se comprenderá que tuviera que ocultar todas las novelas de época de su vista, inventé una mentira válida: la mitad estaban en préstamo en otra biblioteca y el resto de libros en restauración. Aceptaron las excusas sin sospechar nada, pero la cosa estaba lejos de terminar ahí.

A falta de novelas de época decidieron leer libros de misterio, por sugerencia del adolescente— ¡bendito sea!— pero comencé a notar que la estudiante universitaria miraba al desaliñado profesor como si fuera la cosa más maravillosa del mundo. Por eso tomé la decisión de retirar las novelas románticas de las estanterías, no podía permitir que la biblioteca se convirtiera en un club del amor. ¿Qué sería lo siguiente, escucharlos leer a Corín Tellado mientras ella suspiraba? Intolerable. En su lugar, puse a su alcance cuentos y novelas de terror de Bram Stoker, Stephen King, Guy de Maupassant, Joseph Sheridan Le Fanu, mi amada Mary Shelly, entre otros.

Y así poco a poco fueron conociendo nuevos autores, volviendo a maravillarse con la relectura de algunos libros y mejorando su lectura en voz alta que mal que mal era tan monótona que daba sueño.

Han pasado seis meses, el club literario sigue adelante echando por tierra mis predicciones. Me asombra su tenacidad, aunque tengo que confesar, solo en estas páginas, que me acostumbré a ellos y estoy orgullosa de decir que no han leído novelas de época o romance en voz alta mientras estoy presente.

Entre el miedo y la ilusión ¿a quién dejas ganar?

Sí, es un título con tintes de libro sobre autoayuda, pero tiene una razón de ser. Este año ha sido una montaña rusa de emociones, de descubrimientos, de sentarme a dialogar conmigo misma. Sin dudas el 2023 va a ser un año para recordar en lo personal. Y como cada año hay entrada para mi cumpleaños decidí que esta iba a ser así: filosófica, existencialista y sentimental (ah se me olvidó coqueta, bueno detalles) Aunque no estuve tan presente por aquí algunos meses, por primera vez en mucho tiempo ha sido por buenas razones: no fui absorbida por el trabajo (porque empecé a poner límites y dejar de sentirme culpable por dedicar tiempo para mí) sino que me metí de lleno a hacer cursos y actividades creativas para nutrir mi interior. Me enfrenté al miedo y decidí hacer cosas con él presente y cuando miraba para otro lado ni lo llevaba (encima no quería pagar el combustible, tacaño).

La autoexigencia, perfeccionismo, la hiper productividad, entre muchas otras que tienen que ver con el consumismo y la apariencia física, son los males de nuestro tiempo. Caer en ellos es fácil, incluso siendo conscientes de que son metas nocivas y hasta perjudiciales para nuestra salud física y mental, por A por B se cae. Hay tantos discursos cuidadosamente elaborados para entrar ahí sin darse cuenta. Pero así como hay una entrada por lógica hay una salida. Y no son fórmulas mágicas, es algo más difícil: hacer introspección, responder preguntas incómodas, ¿por qué hago esto? ¿qué significa esto otro? ¿qué es lo que realmente me molestó o dolió de esta situación?, etc. Y una vez que se respondan, porque la respuesta esta ahí solo que es más fácil ignorar el elefante en la habitación (no me acuerdo si era rosa o no) el camino se despeja, te sacas un peso de encima, te sentís más ligero. Pero la cosa no se terminó ahí para mí, di el siguiente paso y ese fue: hacer cosas artísticas o manuales. Que me llevó a descubrir un montón de cosas maravillosas, ganar más confianza, concentración, ver la vida desde otro ángulo. Como este señor por ejemplo:

Imagen de Pinterest.

Y todo eso pudo ser posible gracias a un libro estupendo que es «El camino del artista», mi lectura del año. Al final si que el post tiene que ver con la autoayuda, muajajaja:

Imagen de memegenerator.es

El libro de Julia Cameron no es una lectura cualquiera ni uno más del montón, citando a Raquel Brune—booktuber y escritora—: «Es un libro de autoayuda que sí ayuda». Y vaya que lo hace, con un montón de consejos prácticos, situaciones cotidianas, escrito de una manera cercana, propone ejercicios que cualquiera puede implementar. Porque la propia autora los puso en práctica mucho antes de plasmarlos por escrito.

De todos los que presenta hay dos que son la columna principal, que se pueden seguir realizando a lo largo del tiempo y que de hecho Cameron anima que una vez finalizada la lectura te comprometas a seguir con ellos por treinta días más (que es lo que dura la realización de todo el curso)

Estos son las páginas matutinas y las citas con el artista. Las primeras tienen que ver con realizar una escritura espontánea no bien te levantas y llenar tres páginas de todo lo que se te cruza por la mente: tus alegrías, enojos, tristezas, planes, etc. Y la segunda es reservar un día a la semana para realizar cualquier actividad a solas que nutra a tu artista interior: ir a un invernadero, al teatro, al cine, a un bazar, escuchar música, pintar en acuarelas, lo que quieras. Da muchas sugerencias y yo las adapté a mi entorno.

Así es como volví a las acuarelas y la guitarra. Pero esta vez de una manera sana y sin pretensiones. Sabiendo que, como toda actividad, se mejora con la práctica (y no de la noche a la mañana o en un par de horas como te quieren hacer creer las redes sociales, EJEM) Eso es otra cosa importante: respetar los tiempos y los procesos, más que nada disfrutarlos. Maravillarse con los pequeños avances, ir notando los cambios que se producen alrededor cuando se decide abrir la puerta a la creatividad, las ganas de experimentar y expresarse.

Y esa es la reflexión final, estos días me encontré muchos videos sobre «La importancia de documentar tu vida» y mi medio de documentación es la escritura, quería dejar constancia de una pequeña parte de lo que ha sido este viaje interno. Hay cosas que son muy complejas o personales como para transmitirlas, pero que una partecita quede en el blog, mi amado rincón, es importante.

En fin, luego de esta disertación new age (con tintes de treintañera hippie) palabras finales: Noctua no me he olvidado del tag, ni de Vera el libro para «El Club no Oficial de Lectura». La entrada para las bibliotecas estará presente como cada año (aunque cambié el plan inicial de libros sobre bibliotecas a una epopeya sobre una bibliotecaria y sus avatares cotidianos) y pienso hacer un post para Halloween y un especial sorpresa sobre una trilogía de ciencia ficción muy conocida. El blog evoluciona y crece conmigo, lo que no cambia es la ganas de seguir escribiendo y haciendo chistes malos.

Mis últimos descubrimientos en Youtube (si te gusta el cine y la literatura dales un vistazo):

Atherion, filosofía cotidiana y cine: https://www.youtube.com/@atherion

Christy Anne Jones, una escritora australiana que prueba rutinas de escritores conocidos entre otras cosas: https://www.youtube.com/@christy-anne-jones

Punto y Pixel Comic Jam, tienen entrevistas a gente del mundo del cómic muy interesantes: https://www.youtube.com/@pypcomicjam/streams

Y eso es todo por hoy, procedo a marcharme a comer un poco de torta y pedir mis tres deseos. Nos leemos la próxima, cambio y fuera.

A quienes les gusta el teatro

En este viejo teatro polvoriento; donde anidan las telarañas y las butacas están desvencijadas, sobre un escenario mal iluminado y un telón agujereado se conjugan: la alegría y la tristeza, la curiosidad y la apatía, la vida y la muerte.

Bajo un cielo de cartulina, con estrellas de papel y maniquíes vestidos con ropa antigua, se escucha una guitarra junto a una voz quebrada.

Empieza la función, el público está expectante. Sonrisas desdentadas y rostros marchitos se aferran a la esperanza. Rezan en silencio una plegaria que sepultaron en la memoria hace tiempo atrás.

Las lágrimas se deslizan al recuperar ese sentimiento salvaje, ese impulso: la locura y la valentía del equilibrista sobre la cuerda floja o la insensatez de los payasos haciendo cabriolas entre la incertidumbre y la certeza.

Algo crece en los corazones de la audiencia, débilmente al principio para ir tomando fuerza hasta recorrer sus vasos sanguíneos, tiñendo su piel de color y luz. Infancias y juventudes desechas vuelven a reunirse en el teatro de los olvidados y los marginados.

Caminar y caminar

Caminar entre las ondas musicales.

Caminar entre el sonido de tambores.

Caminar en el desierto, ojos que se abren entre las dunas.

Caminar a través del viento que vuela toda esperanza.

Caminar entre las notas de una canción, una melodía para un funeral.

Caminar entre los recuerdos, una foto instantánea de un sueño a medianoche.

Rutinas

Por la mañana, en el charco de la esquina, asomó un tiburón para pedirme una dirección, se había desviado varias cuadras de su destino.

Al mediodía mantuve una conversación con el zapallo calabaza mientras preparaba el almuerzo. No es tan gracioso como los tomates, pero si más alegre que las cebollas.

En la tarde escribí poemas y cada verso se desprendía del papel para irse flotando por la ventana en busca de la persona que lo necesitara en ese momento.

A medianoche contemplé desde mi telescopio el baile de las estrellas, se habían puesto sus mejores galas, bailaban al compás de música electrónica y brillaban más que nunca.

Ella, su abuela y la bicicleta

Es una tarde de primavera, se encuentra frente a una bicicleta rosa con canasto blanco. Su emoción y alegría es tal que apenas puede contenerla. Lo primero que dice es: “¡Voy a ir hasta la casa de la abuela! Sus padres intercambian una sonrisa cómplice. De su casa a la de su abuela hay 15 kilómetros y una loma empinada, es poco probable que una niña de 4 años pueda hacer ese trecho. Y aun así se lanza a intentarlo una tarde en que las mariposas y abejas revolotean entre los árboles en flor, animándola a seguir. No puede esquivar una piedra particularmente grande y se cae, sus rodillas sangran. Su aventura finaliza antes de empezar.  

  Un atardecer de verano, a sus 10 años, recorre ese camino protegido por la fresca sombra de los árboles, los pájaros cantan alegremente entre las ramas. El sol se oculta lentamente y brinda sus últimos rayos de luz y calor. No hay una pizca de viento, el sudor le resbala por las sienes, tiene el rostro enrojecido. Se da ánimo, viene pedaleando y practicando por mucho tiempo. Sus pantalones cortos exponen las antiguas cicatrices de aquella primera vez al recorrer ese camino. Se escucha el canto de los grillos al que se suma el croar de las ranas. Oye el agua corriendo por el arroyo. Los mosquitos también despiertan de su letargo y zumban en sus oídos. 

  Ya en la cocina tan familiar sus palabras se amontonan, peleando por salir primeras. Su abuela ríe y contempla orgullosa a su nieta que, llena de picaduras, tiene una mirada triunfante. Celebran esta pequeña victoria bailando una vieja canción de rock que pasan en la radio. 

  Es un día de invierno donde se conjugan la niebla, el cielo gris plomizo y una llovizna persistente. Pedalea y pedalea, aprieta los dientes. En el portaequipaje lleva su mochila con sus pertenencias. Se acabó, ya no lo soporta más, no volverá a esa casa. Odia a todo el mundo, si es por ella que desaparezcan todos los seres humanos de la faz de la Tierra. Tiene 15 años y es su primera discusión seria con sus padres. Pedalea y pedalea haciendo saltar el barro alrededor. El frío le corta la respiración, se arrepiente de no haberse puesto un abrigo. Y ahí está: la loma tan conocida y empinada. Se encuentra tan cansada y enojada que la presencia de ese elemento la irrita aún más si cabe. Las gotas de lluvia hacen que se le resbale el manubrio y decide llevar la bicicleta de tiro. Superado ese escollo ve a lo lejos, como esperándola, el hogar de su abuela y el suyo también. Su corazón se acelera. Las lágrimas afloran, ha sido un día horrible, pero la visión de su refugio en el mundo y la calidez de quien la espera la envuelve. Entra en la casa y en la cocina la espera una taza de chocolate caliente, una manta y esa mujer de cabellos grises que le dirige una mirada comprensiva y serena. Entonces cruza la distancia que las separa y la abraza, la nota más frágil. Eso la angustia y vuelve a llorar. 

   Es una mañana de otoño, nota un crujido en sus rodillas al subir la loma “Estoy envejeciendo”-piensa divertida- “Deben ser los achaques de los 30”. En el portaequipaje lleva una bolsa de mandarinas que huelen a budines y meriendas sentada en la pequeña cocina amarillo claro, con los suaves rayos de luz entrando por la ventana y la cortina añil con motivos florales agitándose al viento. Emerge el recuerdo de su abuela sentada a la mesa con su sonrisa pícara, invitándola a que le cuente todo lo que vio por el camino. Sonríe y se concentra en ralentizar su respiración, inspira profundo. Cada uno de sus músculos contraídos gritan pidiendo un descanso. Las hojas secas crujen bajo las ruedas de la bicicleta. “Un poco más”-piensa. Y emerge, como si de una isla encantada se tratase, el que desde hace cinco años es su hogar. Deja la bicicleta en el jardín y se dirige a la cocina, el único lugar que conserva tal cual con el añadido de un retrato de su abuela al que dirige una mirada y dice: “Ya llegué”. 

Un paraguas con dibujos de nubes

ELLA

Se ve reflejada en las cuentas de su pulsera, cientos de ella misma hasta el infinito, en diferentes colores. La opresión en el pecho disminuye un poco, el nudo en la garganta se afloja. Relaja la mandíbula. Echa un vistazo por la ventana que le presenta un día gris y húmedo, la niebla se arremolina entre los troncos de los árboles. Las hojas agitándose le indican que hay viento, no obstante el canto de los pájaros es alegre. Saca su libreta de bolsillo del abrigo y garabatea un poema. Ha escrito tres para cuando el médico se asoma desde su despacho y pronuncia su nombre. Se levanta presurosa, las noticias no son buenas pero tampoco una sorpresa: la enfermedad de su amiga esta muy avanzada, no hay chances de recuperación. Sale del hospital meditabunda, ha tomado una decisión: el tiempo que les queda juntas lo aprovechará al máximo, incluso si eso significaba leerle todas esas novelas cursis de romance. Comienza a llover y despliega su paraguas azul con dibujos de nubes, siente que es como estar protegida por un cielo alegre de otro cielo triste.

ÉL

Me encuentro en esta diminuta habitación con las sombras de los objetos alargándose hacia mí. Siento que me absorberán. La angustia es cada vez mayor. Mi cuerpo tiembla descontrolado. Contemplo las cicatrices de los pinchazos en mis brazos y cierro los ojos ¿De qué vale seguir vivo? ¿A quién le importa si desaparezco para siempre? Ya no lo aguanto más. Salgo a la calle y me dirijo hacia el puente.

ELLA

Llueve cada vez más, a doscientos metros divisa una estación de servicio, la perspectiva de refugiarse en un lugar calentito y comer algo hace que acelere el paso. Al llegar ve en la esquina una figura solitaria, vestida de negro, con la capucha puesta como única protección contra el aguacero.

ÉL

Llegué hasta la estación de servicio, aún me queda un largo trecho. Llueve, las gotas golpean contra mi cuerpo. Tengo la ropa empapada y los pies húmedos. De forma instintiva me pongo la capucha, como si fuera a servir de algo.

ELLA

Entra al local y recorre las estanterías hasta dar con lo que quiere: un sándwich. Toma asiento en una de las mesas plásticas y pide un café. Aprovecha para llamar a un taxi, una voz monótona le informa que en veinte minutos pasarán por allí a buscarla. Para entretenerse mientras espera hace una lista mental de los libros que seleccionará para leerle a su amiga, pero desconoce por completo el género. Resuelve buscar en internet recomendaciones. Mientras repasa una lista interminable, con títulos melosos y sinopsis que son un calco de la otra, levanta la vista y descubre que él sigue allí como si no le importara que diluvie sobre su cabeza. Consulta el reloj, le quedan cinco minutos antes de que llegue el taxi.

ÉL

Me encuentro paralizado. Mi cuerpo se niega a dar un paso más «¡Cobarde!»-me digo a mí mismo- «¡Ni siquiera eres capaz de terminar lo que empezaste!» Veo sin ver la calle anegada en agua. Podría dejarme llevar por la corriente y desembocar en la alcantarilla. Eso estaría bien. Oigo pasos, me giro por instinto. Una mujer se acerca presurosa. Está frente a mí, me mira directamente a los ojos. Su mirada es honesta y comprensiva. Me ve y parece que pudiera leer mi interior. Sin decir palabra me tiende un paraguas. Sonríe y se da la vuelta, corre hacia un taxi que acaba de llegar. Veo al auto perderse calle arriba. Estallo en llanto, las lágrimas se mezclan con las gotas de lluvia. Estoy así unos diez minutos, apretando el paraguas con ambas manos. Vuelvo a casa…

Han pasado seis meses desde ese encuentro en la lluvia, he tenido días buenos y muy malos pero cada vez que los malos amenazan con devorarlo todo abro el paraguas azul con nubes blancas. Siento que es una protección, un paraguas mágico que me refugia y protege de esas tormentas mentales que me acosan. Espero algún día volver a cruzarme con ella y agradecerle, porque en ese simple gesto y ese reconocimiento me devolvió la esperanza. Miro por la ventana, es una hermosa tarde de primavera. Voy a salir a caminar con mi paraguas. En la calle ignoro las miradas divertidas y curiosas de la gente. Nadie piensa que protegerse de los rayos ultravioleta es importante. Camino sin rumbo, sin saber por qué llego al cementerio.

ELLA

Deja las flores en la lápida, levanta la vista al cielo: azul con algunas nubes blancas algodonosas. Le viene el recuerdo de su paraguas, se pregunta dónde estará ahora y si es feliz. A veces tiende a atribuirle sentimientos a los objetos. No le preocupa mucho, leyó hace tiempo en un libro que en Japón se cree que si un objeto se acerca a los noventa y nueve años de edad cobra vida, con lo cual pasa a ser un Tsukumo-gami. Sumida en estas reflexiones aparece ante sus ojos su paraguas «No puede ser»-piensa- «Tiene cinco años de antigüedad, aun es pronto para que se convierta en un tsukumo-gami» . Lo ve moverse, hasta que repara en la figura sentada en la hierba que lo sostiene. No puede evitar reírse, suelta una carcajada alegre que resuena en el lugar silencioso. El chico levanta la vista inquieto y la ve. En su rostro se dibuja el reconocimiento. Ella lo saluda y avanza hacia él, quiere preguntarle cómo ha estado el paraguas durante este tiempo.