Ordenando mis papeles encontré la primer nota que nos dejó antes de marcharse, a mí me gusta pensar que fue su primera carta…la primera de muchas, la que inició su carrera como escritora, como nos gusta decir a la abuela y a mí. Asique fui hasta la cocina, me senté a la mesa e interrumpí a mi abuela a la mitad de la resolución de un crucigrama.
«Tomé la tiza y dibujé mi propio sol porque me aburrí de los días grises de mi alma. Hice la maleta y me fui para desafiar al miedo y demostrarle que podía hacerlo sola. Me llevé la foto donde aparecen las dos para que me acompañen a todos los lugares a los que iré. Ceibo, quiero que sepas que no hay un para siempre, existe un hasta pronto».
Cuando finalicé la abuela tenía una sonrisa de orgullo en el rostro y los ojos un poco húmedos, entonces me dijo:
Yo cumpliré dieciséis años la próxima primavera y soy lo que los aroiman denominarían «un polluelo». Y lo seré durante el resto de mi vida, que estará siempre guiada por lo que dictan las normas, las leyes y los protocolos. Nunca podré decidir nada por mí misma. Jamás se me permitirá salir del recinto de este palacio. Y, no obstante, las vidas de los veinte millones de habitantes del imperio de Akidavia dependen de mí (…) Me llamo Vintanelalandali, soy la Emperatriz de Akidavia y estoy destinada a vivir mil años.
SINOPSIS: El Eterno Emperador gobierna Akidavia durante mil años antes de morir para renacer de nuevo. Tras la muerte de su última encarnación, varios miembros del Consejo Imperial se presentan en una pequeña aldea en busca del recién nacido que alberga el alma de Su Divinidad y que, por tanto, debe ocupar el trono.
Esta es la historia de Vintanelalandali, decimoséptima encarnación del Eterno Emperador, educada desde niña para tomar las riendas del imperio en cuanto sus poderes despierten. Pero también es la historia de Kelan, un muchacho criado en un remoto rincón de Akidavia, cuya vida cambia de golpe el día en que decide desafiar a la autoridad local. Cuando los destinos de ambos se crucen, el futuro del imperio tomará un giro inesperado.
Esta novela de fantasía ha sido una lectura muy importante para mí porque la leí completa, luego de meses y meses leyendo libros y dejándolos a la mitad este libro vino a mi rescate para presentarme personajes bien construidos en una historia entrañable y sólida a la que no le faltó nada: aventura, acción, traiciones, elementos mágicos, amistad, amor, misterio.
En sí fue como volver a casa ya que, si han leído libros de género fantástico alguna vez, muchos de los elementos que componen «El ciclo del Eterno Emperador» les resultarán familiares. Y a pesar de eso la autora los plasma de forma inteligente y bien construida. Nada ocurre por azar, no hay un elemento o situación que esté ahí para conveniencia de la trama. Está todo bien pensado y articulado en un mundo que se inspira en la antigua Roma y el budismo (esto lo menciona Laura Gallego en su página web pero lo leí luego y me sentí importante por haber hecho la relación y comprobar que había acertado muajaja).
Imagen extraída de la página web de la autora.
La lectura es ágil, los capítulos son breves y la narración es en tercera y primera persona respectivamente. Siendo una de las voces la que brinde la información necesaria al lector para entender como funcionan las cosas en Akidavia.
Y es ahora cuando me toca hablar de los protagonistas: Kelan y Vintanelalandali. Ambos tienen muchos matices pero mi favorita es la Emperatriz: una joven curiosa que duda, se equivoca, lucha por encontrar su propia voz y hacer valer su opinión, con una gran fuerza interior de la que ella misma no es consciente y va descubriendo poco a poco. Además es la primer adolescente que está impaciente porque su pelo encanezca (¡brillante! hizo que mire con más cariño mis propias canas) Supongo que la cercanía al expresarse en primera persona a través de su diario tiene mucho que ver o simplemente es una preferencia personal. Sin embargo Kelan también tiene sus buenas cualidades y lo acompañé durante su viaje compartiendo sus alegrías, inquietudes, temores y desazón.
Por otro lado el resto de personajes también tienen características muy específicas para reconocerlos inmediatamente y que no se diluyan, en otras palabras que se los creó con cariño y no son planos: muchas de las actitudes o formas de ser pueden ser perfectamente replicadas en la vida real. De este grupo destaco a Miya una niña que es eso: una niña. Puede parecer una tontería pero no me agrada cuando en una novela aparecen niños y son o demasiado maduros para su edad o que pecan de una ingenuidad inverosímil. Por lo que Miya es un soplo de aire fresco.
Otro detalle que me pareció interesante es que Akidavia se divide en reinos llamados por las cualidades que debe tener el Emperador tales como: Paciencia, Gratitud, Armonía, Integridad y un largo etcétera. Sí, la geografía es mencionada y de hecho el libro cuenta con un mapa (otro recurso bastante común en este género)
Si de algo me voy a quejar es de los nombres excesivamente largos, pero bueno esto también tiene su explicación: cuantas más sílabas tiene el nombre de una persona mayor estatus tiene. Por supuesto quien posee el nombre más largo es la Emperatriz, pero llegado a cierto punto abrevié su nombre a Vinta (con permiso de su Divinidad) Y solo me queda decir que es mi primer lectura de una obra de Laura Gallego y estoy muy contenta, su última novela publicada ha sido mi primer acercamiento a sus historias. Sobra decir que no será la última. Dejo el link a su web en donde podrán leer curiosidades de la historia y se encuentra disponible el primer capítulo: https://www.lauragallego.com/libros/el-ciclo-del-eterno-emperador/curiosidades/
La abuela se encontraba sentada a la mesa de la cocina, sobre ella se encontraba la caja azul, la caja de las cartas. Se la veía muy concentrada leyendo, y como no reparó en mi presencia decidí quedarme en el marco de la puerta contemplándola, así pude ver las variopintas expresiones que pasaban por su rostro: nostalgia, alegría, asombro, miedo, entusiasmo.
Sabía de quién eran esas cartas, en el año recibíamos cuatro de ellas: en marzo, junio, septiembre y diciembre. Y cada una traía una emoción diferente que se instalaba en nosotras hasta la próxima que llegaba. Con el tiempo empezamos a fortalecernos y nos decíamos que si había logrado redactarla era que se encontraba bien y que la próxima ya nos traería buenas nuevas.
Estaba sumida en mis cavilaciones cuando me percaté de que la abuela había levantado la vista y me contemplaba como yo a ella unos minutos atrás, me dijo:
-Dentro de poco recibiremos una nueva, estaba haciendo un repaso de todas sus aventuras.
-Sí, no quería molestarte por eso no dije nada.
-No te preocupes, ¿tomamos un té? Podemos repasar las cartas juntas.
-Es una gran idea abuela. Me miro con una expresión divertida en sus ojos y me dijo:
-Mis ideas siempre son buenas Ceibo. Y le di la razón.
Esa mañana iba a seguir lijando el ropero de la abuela, es mi proyecto: primero lijarlo, luego darle una nueva capa de pintura. Es una actividad que me resulta relajante. Pero me detuve a mitad de camino, mi mano en el aire, sosteniendo el papel de lijar, cuando escuché un sonido muy familiar: era el pitido del tren, ¡el tren! Ese enorme gigante que tantos momentos de felicidad ha traído a mi vida. Recuerdo que de pequeña aferraba la manga de la abuela y decía:
-Abuela es el tren, es el tren. Y ella muy sonriente decía
-¿Ceibo a donde viajaremos ahora?
Entonces nos encaminábamos hasta las vías y lo veíamos pasar rumbo a la ciudad, hasta que lo perdíamos de vista. Cómo vibraba todo a su paso, la gente asomada a la ventana saludando, el humo que despedía la locomotora…todo eso era fascinante. Y lo sigue siendo.
Salí de la casa y la abuela me estaba esperando sonriente con Küme a su lado, sin decirnos nada fuimos hacia las vías a recibir al gigante de acero.
Anoche me dormí temprano y en mis sueños el elemento que se repetía era el agua. Primero soñé que estaba a orillas del mar con la abuela contemplando el agua de un intenso color turquesa.
Era invierno y soplaba un poco de viento, las sombras del atardecer se iban alargando y cubriéndolo todo. Estábamos juntando agua en un frasco porque la abuela decía que tener agua de mar es relajante y da tranquilidad.
En el segundo sueño aparecíamos contemplando una casa rodeada de agua, por dentro el agua corría por las paredes como si fuera un río, pienso que tendría que haber aparecido un plomero.
Al contarle mis sueños a la abuela a la mañana siguiente me dijo:
-Tendremos que ir a conocer el mar. Yo también soñé con agua Ceibo, copiaste mis sueños.
Después de la lluvia se instaló un calor húmedo del que quita hasta el sueño, pensé en el abuelo. Él con días así salía a la madrugada a sentarse bajo el ciruelo y tocar la armónica.
El abuelo era una persona tranquila y gentil, siempre estaba de buen humor. Me hacía juguetes con madera mientras silbaba una melodía, yo miraba fascinada como la madera iba cobrando forma en sus manos. Luego los pintaba y me los entregaba sonriendo. Los conservo a todos, son mi tesoro.
De noche salíamos a ver las estrellas, nos pasábamos horas contemplándolas. Y en el invierno, cuando volvía de la escuela con las manos heladas (siempre perdía mis guantes) él tomaba las mías entre las suyas y me daba calor.
Al igual que la abuela también me narraba historias, en las que aparecían piratas, dragones, aventureros, duendes y brujas. Sabía algunas leyendas mapuches que le había enseñado la abuela y también me las contaba.
Además de los juguetes que hacía para mí, el abuelo construía y reparaba muebles. Trabajaba en un taller de carpintería en la ciudad. Iba en bicicleta hasta la casa de la señora Lavanda, y luego el esposo de ésta lo llevaba en su camioneta hasta la ciudad. Decía que hacer esos 3 kilómetros en bicicleta todos los días era un buen ejercicio.
Un sonido muy familiar interrumpió mis recuerdos: la armónica. Salí al jardín y bajo el ciruelo la abuela con Küme a su lado tocaba una de las melodías favoritas del abuelo. Al verme nos sonreímos. Me senté a su lado y nos quedamos recordando al abuelo hasta que amaneció.
Llovía torrencialmente, la abuela hacía crucigramas (dice que son divertidos y la ayudan a concentrarse mejor) yo me entretenía mirando las gotas de lluvia deslizarse por la ventana. De pronto me percaté de una silueta que corría de un lado a otro.
Tomé el impermeable del perchero de la entrada y salí sin más, no le avisé a la abuela, tan apresurada estaba por llegar hacia lo que me parecía era un perro. Resultó ser así, era un pequinés completamente mojado, desorientado y asustado.
Cuando estuve lo suficientemente cerca le hablé con suavidad:
-No es momento de estar jugando afuera con esta lluvia, vamos a la casa.
El perro atento a mi voz, meneó la cola y fue hacia mí. Lo tomé en brazos y lo llevé a casa, en la entrada me esperaba la abuela preocupada.
Desde que había salido corriendo había estado en la puerta buscándome con la vista ansiosamente a través de la cortina de agua. Luego me dijo que cuando vio la capa roja (ese es el color de mi impermeable) respiró aliviada.
Al conocer la causa de mi precipitación no se enojó, pero me dijo:
-Después de este rescate vas a resfriarte.
No pensé que fuera así y se lo dije. Ella sonrió y agregó:
-Vamos a prepararle un lugar a nuestro nuevo amigo.
Lo acomodamos en un rincón de la cocina, y decidí llamarlo Küme. Por tres días la abuela se ocupó muy bien de él mientras yo me recuperaba del vaticinado resfriado.
Por la tarde la abuela tejía a pesar del calor (es una tejedora tenaz) mientras yo ordenaba los libros de las repisas, los cuales en su mayoría son de cocina y tejido, de pronto la abuela levantó la vista de su labor y dijo mientras sonreía:
-Lirio y Violeta están por llegar.
Ante mi mirada interrogante explicó:
-Siempre vienen tres días antes de que acabe el mes.
Lirio y Violeta son nuestras vecinas, si salvamos los 3 kilómetros que separan su casa de la nuestra. Son las hijas de la señora Lavanda la herborista, las niñas tienen fascinación por mi abuela, ellas no conocieron a la suya asique adoptaron a la mía como propia.
Empecé a escuchar voces infantiles aproximándose y fui a su encuentro, las dos hermanas venían tomadas de la mano. Lirio con su cámara colgada al cuello y Violeta con un frasco en el cual llevaría el último insecto capturado.
-¡Buenas tardes Ceibo!-dijeron a coro.
Hice una reverencia y les dije:
-Buenas tardes, sean bienvenidas a nuestra humilde morada.
La abuela las esperaba en la cocina, se abalanzaron sobre ella y le contaron su travesía:
-Abue, por el camino encontré una mantis-dijo Violeta mostrándole el frasco.
-Y yo fotografié una nube con forma de sirena dijo Lirio.
La abuela las escuchaba atentamente sonriendo y les dijo:
-Mis aventureras ¿no tienen calor después de tan largo viaje? Vamos a sentarnos bajo el ciruelo.
Lirio y yo comimos ciruelas mientras la abuela tejía y Violeta dejaba a la mantis en el ciruelo, la morada de todos los insectos que atrapa por el camino a nuestra casa.
Al atardecer la abuela nos contó una leyenda mapuche, la escuchamos embelesadas. Cuando finalizó, Violeta afirmó con una gran sonrisa:
La abuela y yo estábamos sentadas en las escaleras de la entrada de la casa contemplando la puesta de sol. En eso oímos el teléfono, como de costumbre jugamos piedra-papel-tijeras para determinar quién iba a contestar. La abuela ganó en la primera ronda (es una jugadora nata) asique fui a contestar.
Cuando salí de la casa le dije:
-Abue, llamaron las géminis vienen de visita mañana con sus hijos, nueras y nietos. En total son diez personas, preguntaron si necesitamos algo.